miércoles, 17 de octubre de 2012

Políticas de Memoria en Argentina


Las Memorias y las Políticas de la Memoria: lo que fuimos

Al pensar en nuestro pasado reciente no podemos evitar la imagen de los desaparecidos, de hablar de Terrorismo de Estado y ahí mismo enunciar la tríada “memoria, verdad y justicia”, términos que cuentan con la carga simbólica de lo irresuelto y que definen así una variada agenda de cuestiones vinculadas a heridas que precisamente se encuentran aún abiertas y se saben irreparables. La políticas de la memoria pasan a constituir una forma concreta de acción, un instrumento aplicado en función de recuperar continua y críticamente este pasado reciente del que aún quedan asuntos pendientes en términos jurídicos, pero fundamentalmente sociales.


A su vez, las políticas de la memoria son inescindibles de las diversas formas impuestas de olvido, que bajo el velo de las leyes de Punto Final, Obediencia Debida e Indultos, se gestaron durante décadas en nuestro país al calor del temor siempre presente de un nuevo golpe a la democracia. Pero la Argentina recuerda, tiene Memoria. Esta cuestión de “la Memoria”, de todos modos, no ha sido exclusiva de nuestro país ni de nuestra historia. Desde mediados del siglo pasado ha tomado un rol protagónico tanto en las investigaciones científico-sociales así como en los discursos y agendas estatales. Qué entendemos por Memoria sería la primera incógnita que debemos respondernos, a pesar de la densidad que este concepto posee. ¿Es tanto recordar hechos como nombrarlos, darles un marco de referencia, un acto por medio del cual enunciamos hechos contenidos en una narrativa que construimos para que el recuerdo pueda ser comunicable? En la Memoria se concentran la potencia del propio sujeto que recuerda, y recordar, vale la pena “recuperarlo”, viene del latín “recordari”: volver a pasar por el corazón.

Pero, a diferencia de Ireneo Funes –conocido como Funes el memorioso- nuestra memoria no es total, recordamos acontecimientos, situaciones, personas, hechos, es decir, un pasado, pero que cobra sentido a partir de un anclaje o vínculo significativo con nuestro presente. Sin embargo, el recuerdo no es solo un proceso subjetivo individual, sino también un acto conjunto por medio del cual recordamos a otros y con otros. Ser parte de diferentes vínculos sociales, de grupos, barrios, ciudades, de un país, compartir una misma historia, una cultura nos hace referenciarnos con otros con quienes recordamos. Hablamos entonces de memorias compartidas, que se superponen, producto de interacciones múltiples, encuadradas en marcos sociales y también, en relaciones de poder. Como diría Elizabeth Jelin, “la memoria es un campo de acción en que se negocian formas de ser y estar en el mundo”. 
Podemos citar el caso de la Guerra Civil Española, el Holocausto judío, las dictaduras latinoamericanas como registros “históricos” donde la Memoria ha sido la herramienta fundamental y privilegiada en la recuperación y reconstrucción de estos acontecimientos históricos que para cada pueblo significaron no simples “hechos” listados en una cronología histórica, sino profundos quiebres en las sociedades que los sufrieron.

Aquí ingresan las “Políticas de Memoria” de un Estado, por las cuales referimos a ciertos modos de recordar y/o conmemorar hechos y procesos históricos. Construcción social del recuerdo, la Memoria es materia de la Historia, del saber científico de estos hechos y procesos históricos. Pero henos aquí que las Políticas de Memoria se concentran no en todos estos hechos y procesos del pasado -y en ello comporta cierta especificidad- sino en aquellos que cobran una significación vinculada a procesos “no” superados bajo el peso de lo ya acontecido. 



La Memoria está allí presente, en un “plasto reciente” cercano a las personas en tanto sujetos concretos como a los pueblos en tanto cuerpos políticos que ponen ese pasado en perspectiva crítica. Esto última trae a la mano la emergencia de lo que surge por la fuerza del acontecimiento cercano o por la urgencia constante de ser traído al presente como forma de guiar, corregir, evitar, sancionar, aquel pasado próximo. La Memoria en este caso concentra la potencia de lo que sucedió pero no debería haber sucedido o lo que sucedió y dejo tan brutales marcas que debe volver la mirada social sobre aquello para recuperarlo, o incluso más aún: se trata de etapas tan recientes que aún entran en la trama de los instrumentos jurídicos de un orden legal. 

Pero cabe destacar, que no hablamos nunca de “una memoria”, sino de, “múltiples memorias”, y por tanto, de un terreno de disputa en donde se dirime “qué recordamos y como recordamos”. En este terreno de disputa debemos entender que partimos de un pasado compartido que jamás nunca se pretenderá único ni anula las posibles divergencias. Pero si se abre una brecha demasiado profunda e inclusive se apela al olvido de un determinado proceso del pasado, la memoria estallará.

Si continuamos con nuestra historia reciente, a partir de la “recuperación democrática” las memorias sobre lo acontecido, memorias sobre los 70’, y sobre todo la imposición del perdón y el olvido –Teoría de los Dos Demonios, Leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los Indultos- establecieron la tónica dominante en las políticas de memoria que surgían desde el Estado argentino que antes denominamos “Políticas del olvido” puesto que también pueden identificarse como pertenecientes a una determinada racionalidad- aunque sabemos que no fue la única. Contra la imposición del Olvido y la Impunidad, la otra Memoria fue custodiada y evocada por los familiares, organismos de Derechos Humanos, junto con otros grupos y sectores sociales que, como pruebas vivientes, continuaron la labor de “recordarnos” todo lo sucedido. 

De modo que en el “qué recordamos y cómo recordamos” no solo encontramos un tipo de mirada diferente con respecto a un hecho del pasado, sino que podrá determinar también los marcos legales y reparación o no con ese pasado reciente que puja por hablar. Es la referida puja de sentido, lucha concreta por la memoria que ahora se emplaza en el terreno de la Verdad. 



El golpe


El 24 de marzo de 1976, una junta de comandantes tomo el control de la Argentina, buscando la total reorganización y reestructuración del país en el nivel económico, social, político y cultural. 

El país que hasta entonces se organizaba institucionalmente en provincias, ciudades y territorio federal, quedaba ahora divido en cuerpos del Ejército, zonas y subzonas. En el caso de nuestra provincia, se transformó en sede del Comando del II Cuerpo del Ejército, integrada a su vez por Entre Ríos, Córdoba, Misiones, Chaco y Formosa, Subzona 21. A su vez, hacia dentro de esa delimitación se generaron dos áreas operativas: la 212, que correspondía a los departamentos del norte de la provincia, y la 211 correpondiente al sur. 
El II Cuerpo del Ejército para marzo de 1976 estaba al mando del Teniente General Genaro Díaz Bessone, quien meses después quedaría al mando del Ministerio de Planeamiento, y en su reemplazo asumirá Leopoldo Fortunato Galtieri; como delegado interventor de la Unidad Regional II de la Policía fue designado el comandante de gendarmería Agustín Feced. El plan buscado fue la implementación de un modelo neoliberal tanto a nivel económico –concomitante con las nuevas directrices que tomaba el capitalismo a nivel mundial- como también político, promoviendo el achicamiento del Estado, restringiendo la participación y militancia político-partidaria, y sobre todo, buscando desmantelar la movilización social y política de los años previos. 
Centrada y estructurada en la violencia represiva, el Estado Militar impuso un silenciamiento de la sociedad argentina a partir de desplegar un plan de terror legal para-legal, que incluyó la violación sistemática a los derechos humanos: secuestros, torturas, desapariciones, asesinatos, robo de bebes, y la búsqueda del disciplinamiento total de una sociedad que intento modificar en su totalidad los valores y los comportamientos sociales, desde los consumos culturales a las manifestaciones políticas, desde las lógicas de asociatividad hasta los planes de estudios.

Equipo de investigación

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